jueves, 26 de octubre de 2017

El juicio de los dioses

        La sala del Trono del clan Muchamuesca era un claro ejemplo de la cultura orca. La gran sala estaba construida con materiales robustos en los que predominaba la madera y los refuerzos de metal. Las paredes, casi desnudas, exhibían aquí y allá armas ceremoniales; grandes hachas y escudos pertenecientes a los ancestros y caudillos del clan Muchamuesca. Los altos techos estaban engalanados de toscos estandartes de batalla que representaban las facciones que habían combatido a lo largo de la historia. El centro de la sala estaba presidido por un gran trono de piedra y a su alrededor se situaban bancos de madera dispuestos en diferentes niveles, como en un anfiteatro, para dar asiento a todos los consejeros y notables del clan Muchamuesca. 
El rey y caudillo, Rog Hienderoca permanecía sentado con postura orgullosa presidiendo la corte. El líder de los Muchamuesca era un ejemplar asombroso, un terrible guerrero que doblaba con facilidad la altura de cualquier hombre y que empequeñecía a los mejores luchadores de su clan. Cada centímetro de su cuerpo, cada fibra de su desarrollada musculatura vibraba tratando de contener el tremendo potencial que encerraba en su interior. Para ser el líder de un clan tan numeroso, Rog había tenido que demostrar a lo largo de su vida que era el mejor de los guerreros. Se entrenaba a diario y era respetado por su inigualable manejo del hacha de doble filo, el arma predilecta de los de su raza. Pero no solo eran sus dotes el combate las que le habían permitido ascender hasta lo más alto del gobierno de su clan, poseía un carácter excepcionalmente tranquilo teniendo en cuenta su naturaleza orca. Gozaba de una sabiduría cultivada y de un espíritu fuerte.  
  Górmul, situado frente al trono esperando permiso para hablar, observaba con detalle cada uno de los movimientos del soberano. Uno de los guardias lo había acompañado hasta la sala del trono y lo había anunciado como “Górmul, el forastero orco”. 

El rey se agitó en su trono de piedra escrutando con curiosidad al recién llegado. Rog no era insensible a la magia que desprendía aquel inesperado invitado que permanecía impasible ante su presencia. Tal vez fueron imaginaciones suyas pero sintió una emanación antinatural de aquel extraño orco. 

-          Górmul, bienvenido a la fortaleza de Muchamuesca, decís que traéis un importante mensaje para mí y mi gente. Tenéis mi permiso para hablar – dijo el rey haciendo un gesto con la mano dándole el turno de palabra a Górmul-. 

-          Mi señor – comenzó Górmul con  voz modulada para la ocasión- vengo del Bastión Elemental, hogar de los 18 y lugar más importante de todo Dámbil, donde he descubierto una traición que afecta a mis hermanos orcos y que agravó a todos nuestros ancestros. 

Las palabras de Górmul encendieron a toda la sala como la brea que besa al fuego. Decenas de voces se alzaron para exigir explicaciones o simplemente para repetir “traición” con mayor énfasis. El rey bramó por encima del bullicio haciendo ondear los estandartes del techo y todos callaron. 

-          Es una acusación muy grave la que estás presentando ante mí y mis hermanos. Deberás explicarte mejor pues de ser ciertas podrían exigir una guerra y de ser falsas tendría que ejecutarte ahora mismo por tu intento de pervertir la paz en Dámbil – el rey entornó los ojos y se inclinó ligeramente hacia delante-. Habla y no intentes confundirnos forastero. 

Górmul miró hacia los lados midiendo el alcance de sus palabras y observó con regocijo que la duda estaba sembrada, ahora solo tenía que regarla con un discurso adecuado. 

-          ¡Hermanos orcos! – ahora la voz de Górmul brotó con una fuerza y firmeza comparables a las del rey-. Hace siglos nuestros hermanos lucharos en una gran guerra contra los humanos para hacerse por el Pergamino Elemental, el mayor tesoro de nuestro mundo. La guerra terminó con un acuerdo de paz que todos  acataron sin cuestión alguna. Pero los humanos nos engañaron, el tratado de paz, otorgaba a los orcos  terrenos y fronteras que fueron entregadas a los elfos y duendes – Górmul hizo un silencio para valorar el efecto de sus revelaciones y contempló satisfecho como afloraban los primeros rostros de ira-. Nos robaron parte de nuestro legado –continuó diciendo- nos mandaron a vivir a las faldas de montañas inhóspitas y a los alrededores de pantanos hediondos mientras ellos se quedaban con bosques, valles y dehesas fértiles y hermosas. 

El rey observó como la crispación y malestar empezaba a reinar en la sala. Los puños apretados, los ceños fruncidos y las venas aflorando en los cuellos de algunos de sus consejeros eran señal de que la situación se le empezaba a escapar de las manos, debía intervenir. 

-          Y supongo, maese Górmul, que tales acusaciones vendrán acompañadas de pruebas irrefutables y sólidas. De lo contrario, no tendré reparos en acusarte de traidor y ejecutarte ahora mismo. 
Górmul se recreó en cada uno de los gestos que realizó para sacar las hojas del tratado de uno de los bolsillos de su cinturón. Con fingida lealtad se aproximó al trono, se arrodilló y entregó el documento robado al rey Rog. El rey se sumergió en la lectura del fragmento del tratado mientras su semblante  cambiaba con cada frase que leía. Los presentes acusaron la preocupación de su rey y  no pudieron evitar agitarse nerviosos mientras esperaban la opinión de su líder. 

El rey terminó de leer y entregó el documento a uno de sus chamanes de confianza.
-          Decidme ¿este documento es auténtico? –le preguntó el rey al chamán que examinaba con celo cada palabra y cada rincón del papel-. 

Tras unos minutos interminables, en los que todos contenían la respiración esperando el veredicto del chamán, por fin este suspiró y anunció:

-          No hay duda mi rey, este documento pertenece al tratado de paz que firmaron el caudillo Calaverón con el rey Brazofort para sellar la paz. Los sellos, el papel, las firmas, todo es auténtico.
“¡Esto es un ultraje!” “¡Asquerosos humanos!” “¡Guerra!” los gritos inundaron la sala del trono como una tromba incontenible de ira. Algunos golpeaban los bancos y otros se rasgaban las vestiduras ante el descubrimiento de un engaño que había durado siglos.

-          ¡Silencio! –gritó el rey haciendo temblar toda la estancia-. No es momento para pataletas ni para la rabia. Este extranjero nos ha traído un mensaje oscuro que nos puede sumir en una guerra. Es de justicia que confiemos en los humanos con los que tan buenas relaciones hemos mantenido durante los últimos siglos. No voy a declarar una guerra sin haber enviado mensajeros a parlamentar al Bastión – la orcos de la sala gruñían y bufaban tratando de contener la ira mientras escuchaban a su rey-. No voy confiar en un extranjero que se ha presentado aquí con un documento que pertenece al Bastión – ahora el rey Rog señalaba a Górmul-. Debemos preguntarnos cómo ha obtenido este extraño un documento guardado celosamente en la ciudadela de los 18. No es posible  que los humanos se lo hayan dado así como así, está claro que no es un mentiroso pero puedo afirmar con toda certeza que es un ladrón – las duras palabras del rey calaron en el ánimo de la corte que se volvieron para mirar con desconfianza a Górmul-. 

Górmul miraba al suelo de la sala, mientras sus colmillos se entrelazaban en una macabra sonrisa. Alzó lentamente la mirada para clavar sus ojos directamente en los del rey. 

-          Me habéis acusado públicamente, frente a todos estos valerosos orcos, de ser un ladrón y un traidor –dijo con palabras pausadas mientras con su brazo extendido señalaba a toda la sala-. Me estáis acusando de un gravísimo crimen, rey Rog. Ante la gravedad de las acusaciones, me temo que debo defender mi honor y los derechos de mis hermanos orcos -hora Górmul se giró deliberadamente dando la espalda al rey y dirigiéndose a toda la corte de Muchamuesca-. Ante todos vosotros y con la seguridad de que mis palabras las respalda la verdad absoluta, reto al rey Rog Hienderoca a un combate singular ¡Exijo el juicio de los dioses!

La sala se alzó en un clamor de sorpresa que ahogó la rabia que fluía unos minutos antes. Aquel desconocido había desafiado al propio rey ante todos sus guerreros, era el desafío de un loco. El rey Rog era  el guerrero más formidable que jamás habían visto, nunca había sufrido una herida en combate  y nadie había conseguido derrotarlo. 

                La reacción del rey no se hizo esperar, con una violencia terrible se levantó de un salto con el que quebró varias baldosas de piedra bajo sus poderosos pies.
-          ¡Dadle un arma a este miserable que osa retarme en mi propia casa! – gritó el rey escupiendo cada palabra con desprecio-. 

El rey cogió su hacha de doble filo cubierta de incontables muescas y se situó frente a su adversario. Por su parte Górmul despreció una de las armas que le ofrecieron y señaló el brazalete de su armadura, una pieza recubierta con una cuchilla ancha muy afilada pero insignificante ante la demoledora hacha del rey. Todos observaron a Górmul con sorpresa y en algunos empezó a calar la idea de que aquel extraño orco estaba loco. Enfrentarse al rey en un combate a muerte era la estupidez más grande que se le pudiera ocurrir a alguien, pero hacerlo casi desarmado era simplemente de locos. 
 Los dos adversarios se miraron fijamente, el rey flexionó sus piernas en actitud ofensiva, Górmul permanecía erguido y con los brazos colgando a los costados, como si no fuera con él la cosa.  De repente el rey saltó a una altura increíble mientras alzaba el hacha de doble filo por encima de su cabeza, pronunció unas palabras que hicieron brotar llamas de su arma y  al caer descargó un golpe terrible sobre la cabeza de Górmul. Al impactar el hacha con la armadura de éste, una explosión iluminó toda la sala haciendo saltar el empedrado del suelo y arrojando a varios orcos por los aires ante la violencia de la magia liberada por el ataque de Rog.  Una nube de polvo cubrió toda la escena, pero todos los asistentes tenían claro que nadie podría sobrevivir a un ataque de esa potencia. Esperaban a que se disolviera la polvareda imaginando a Górmul como un amasijo sanguinolento. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando observaron como el orco había parado el poderoso golpe del rey levantando su brazo izquierdo e interponiendo la cuchilla de su brazalete. 

Frente a frente, el rey observó por primera vez la profundidad de los ojos de Górmul, un abismo de terror y frialdad que jamás había visto en ningún ser vivo. Comprendió que se enfrentaba a una fuerza inalcanzable y sus brazos temblaron. Tan ensimismado estaba que no tuvo tiempo de ver como una neblina negra se materializaba en la mano de Górmul con forma de hoz negra y le cortaba el cuello con un golpe tan rápido que pocos alcanzaron a ver. El rey cayó fulminado para no levantarse jamás. 

Tras el golpe seco que se produjo con la caída del enorme cadáver de Rog, un silencio terrible reinó en la sala fruto de la congoja y la sorpresa.
-          ¡Hermanos orcos!- gritó Górmul con una asombrosa voz-. He venido a vosotros para devolveros lo que es vuestro por ley. Los dioses me han elegido para llevaros ante una nueva edad gloriosa gobernada por nuestras hachas y colmillos ¡Guerra!

El silencio se rompió poco a poco, lo que empezó siendo un susurro terminó convirtiéndose en clamor: ¡GUERRA! ¡GUERRA! ¡GUERRA! ¡GUERRA!

Mientras tanto, en el exterior, las nubes se tiñeron de un negro abisal que estremeció los corazones. Algunos decían que los cielos se vestían de luto por la muerte del rey, pero otros vieron un símbolo de la oscuridad que estaba por venir.

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