El repiqueteo
de su armadura se mezclaba con el sonido de su respiración agitada. Luis
Gabriel, líder del Consejo de los 18, corría a través de unas de las pasarelas
en dirección a un extremo de la muralla de la ciudadela. Había escuchado la voz
de alarma y su instinto le hizo correr en esa dirección. La carrera le estaba
resultando más fatigosa que de costumbre y su cuerpo achacaba el peso de la
armadura “debo hacer más ejercicio” pensó con cierta culpa. El invitado que
tantos honores había recibido, Jálibu, los había traicionado robando parte de
un documento sagrado. Luis Gabriel estaba decidido a alcanzarlo y obligarlo a
devolver la reliquia a base de mamporrazos si era necesario.
El muchacho,
del tamaño de un coloso, era moreno y de
ojos marrones. Su mirada brillaba con sagacidad y temeridad a partes iguales. Había
sido elegido por sus compañeros como su líder y aunque era más impetuoso que
juicioso, últimamente se había vuelto más razonable y aportaba sabias palabras dentro
del Consejo. Quizás, debido a esa
lucidez que le estaba aportando la madurez, sus pasos y sus pensamientos fueron
raudos ante la alarma del Bastión. Se dirigía a uno de los extremos de las
murallas, un lugar de vital importancia pues allí estaba depositada “La piedra
de salto”. Las piedras de salto eran uno
de los prodigios mágicos más destacables del Bastión pues se trataba de un
portal que permitía teletransportarse a tierra firme en cuestión de segundos.
Existían
cuatro piedras en la ciudadela, una situada en cada punto cardinal. Luis Gabriel
llegó en unos instantes al portal situado en el punto cardinal situado al
Sur. Para él, este portal era el más importante de todo el Bastión, no solo
porque conectaba con el centro de todo Dámbil, además daba acceso a uno de los
lugares más importantes de todo el mundo mágico; El Bosque sombrío. El lugar debía
su nombre a la frondosidad de sus árboles, tan espesa que en pleno día los
rayos del sol apenas llegaban a tocar el suelo, por esa razón la penumbra
reinaba casi en cualquier época del año. El muchacho sabía que no existía mejor lugar para esconderse y que de
haber sido Jálibu, ese sería el camino que habría elegido para escapar.
Nada más
llegar a la piedra de salto Luis Gabriel sintió en el aire la magia residual, alguien
la había usado recientemente. Tocó la estructura de piedra con forma de puerta y
notó un calor anormal.
-
¿Quién le dio la clave de activación a Jálibu? –
el muchacho hablaba en voz alta tratando de poner en orden sus pensamientos-
Las piedras se
activaban con una combinación de tres conjuros sencillos, pero esa combinación
solo la sabían pocas personas en el Bastión, además la combinación se cambiaba
cada cierto tiempo. Luis Gabriel, como líder de los 18, conocía la clave y se
dispuso a ejecutarla para activar el portal. Se concentró y movió las manos con
agilidad describiendo diferentes figuras en el aire mientras susurraba el
conjuro. El portal empezó a parpadear, mientras el muchacho contemplaba la
escena. Siempre le había gustado la luz
que desprendía el portal durante su encendido, pero algo no iba bien, el
parpadeo se hizo cada vez más frenético hasta que se interrumpió bruscamente y
se apagó con un humeante siseo.
-
¿Pero qué narices le pasa a este trasto? –gritó mientras
le daba un manotazo al pilar de piedra más cercano a su mano derecha-.
-
¡Los otros portales no funcionan! – gritaba Pepi
que apareció corriendo por las escaleras que daban acceso a la parte superior
de la muralla.
-
Y este
tampoco funciona – informó Luis Gabriel
mientras gruñía-. Parece que ese traidor tenía todo bien planeado, se ha
largado y ha dejado inutilizadas todas las Piedras de Salto para que no podamos
seguirle.
-
Y aunque utilicemos otros medios para bajar a
tierra firme tardaríamos horas y ni tan siquiera sabemos que portal usó. Puede
estar en cualquier lugar de Dámbil –añadió Pepi con la voz vencida-.
-
Si ese traidor quiere llevarle las páginas del
tratado a los orcos con el objetivo de desatar una guerra, la elección más
lógica era este portal que da al Bosque sombrío y lo deja relativamente cerca
de los clanes orcos que habitan las montañas de Zurlir –apuntó sabiamente el
muchacho mientras señalaba las estructura de piedra-.
-
¿Qué haremos entonces? – interrogó Pepi-.
-
Convocar a todo el mundo, llamemos a los 18 –sentenció
Luis Gabriel-.
Mientras
tanto, en el Bosque sombrío una figura encapuchada caminaba parsimoniosamente
en dirección a las montañas. De vez en cuando carcajeaba, pero no con una risa
alegre, era un estertor lleno de malicia y locura. En la oscuridad provocada
por la inmensa vegetación, los dos ojos azules empezaron a brillar con un tono
rojizo. La maldad buscaba escapar de su carcasa humana, pronto llegaría su
momento.
¡Cuánto me gustan tus historias, profe! Besos.
ResponderEliminarComo me gusta!
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