martes, 17 de octubre de 2017

Las piedras de salto



El repiqueteo de su armadura se mezclaba con el sonido de su respiración agitada. Luis Gabriel, líder del Consejo de los 18, corría a través de unas de las pasarelas en dirección a un extremo de la muralla de la ciudadela. Había escuchado la voz de alarma y su instinto le hizo correr en esa dirección. La carrera le estaba resultando más fatigosa que de costumbre y su cuerpo achacaba el peso de la armadura “debo hacer más ejercicio” pensó con cierta culpa. El invitado que tantos honores había recibido, Jálibu, los había traicionado robando parte de un documento sagrado. Luis Gabriel estaba decidido a alcanzarlo y obligarlo a devolver la reliquia a base de mamporrazos si era necesario.  
 El muchacho, del tamaño de un coloso, era moreno  y de ojos marrones. Su mirada brillaba con sagacidad y temeridad a partes iguales. Había sido elegido por sus compañeros como su líder y aunque era más impetuoso que juicioso, últimamente se había vuelto más  razonable y aportaba sabias palabras dentro del Consejo.  Quizás, debido a esa lucidez que le estaba aportando la madurez, sus pasos y sus pensamientos fueron raudos ante la alarma del Bastión. Se dirigía a uno de los extremos de las murallas, un lugar de vital importancia pues allí estaba depositada “La piedra de salto”.  Las piedras de salto eran uno de los prodigios mágicos más destacables del Bastión pues se trataba de un portal que permitía teletransportarse a tierra firme en cuestión de segundos. 
 
Existían cuatro piedras en la ciudadela, una situada en cada punto cardinal. Luis Gabriel llegó en unos instantes al portal situado en el punto cardinal situado al Sur. Para él, este portal era el más importante de todo el Bastión, no solo porque conectaba con el centro de todo Dámbil, además daba acceso a uno de los lugares más importantes de todo el mundo mágico; El Bosque sombrío. El lugar debía su nombre a la frondosidad de sus árboles, tan espesa que en pleno día los rayos del sol apenas llegaban a tocar el suelo, por esa razón la penumbra reinaba casi en cualquier época del año. El muchacho sabía que  no existía mejor lugar para esconderse y que de haber sido Jálibu, ese sería el camino que habría elegido para escapar. 
 Nada más llegar a la piedra de salto Luis Gabriel sintió en el aire la magia residual, alguien la había usado recientemente. Tocó la estructura de piedra con forma de puerta y notó un calor anormal.
-          ¿Quién le dio la clave de activación a Jálibu? – el muchacho hablaba en voz alta tratando de poner en orden sus pensamientos-

Las piedras se activaban con una combinación de tres conjuros sencillos, pero esa combinación solo la sabían pocas personas en el Bastión, además la combinación se cambiaba cada cierto tiempo. Luis Gabriel, como líder de los 18, conocía la clave y se dispuso a ejecutarla para activar el portal. Se concentró y movió las manos con agilidad describiendo diferentes figuras en el aire mientras susurraba el conjuro. El portal empezó a parpadear, mientras el muchacho contemplaba la escena.  Siempre le había gustado la luz que desprendía el portal durante su encendido, pero algo no iba bien, el parpadeo se hizo cada vez más frenético hasta que se interrumpió bruscamente y se apagó con un humeante siseo.
-          ¿Pero qué narices le pasa a este trasto? –gritó mientras le daba un manotazo al pilar de piedra más cercano a su mano derecha-.
-          ¡Los otros portales no funcionan! – gritaba Pepi que apareció corriendo por las escaleras que daban acceso a la parte superior de la muralla.
-           Y este tampoco funciona – informó Luis Gabriel  mientras gruñía-. Parece que ese traidor tenía todo bien planeado, se ha largado y ha dejado inutilizadas todas las Piedras de Salto para que no podamos seguirle.
-          Y aunque utilicemos otros medios para bajar a tierra firme tardaríamos horas y ni tan siquiera sabemos que portal usó. Puede estar en cualquier lugar de Dámbil –añadió Pepi con la voz vencida-.
-          Si ese traidor quiere llevarle las páginas del tratado a los orcos con el objetivo de desatar una guerra, la elección más lógica era este portal que da al Bosque sombrío y lo deja relativamente cerca de los clanes orcos que habitan las montañas de Zurlir –apuntó sabiamente el muchacho mientras señalaba las estructura de piedra-.  
-          ¿Qué haremos entonces? – interrogó Pepi-.
-          Convocar a todo el mundo, llamemos a los 18 –sentenció Luis Gabriel-.
Mientras tanto, en el Bosque sombrío una figura encapuchada caminaba parsimoniosamente en dirección a las montañas. De vez en cuando carcajeaba, pero no con una risa alegre, era un estertor lleno de malicia y locura. En la oscuridad provocada por la inmensa vegetación, los dos ojos azules empezaron a brillar con un tono rojizo. La maldad buscaba escapar de su carcasa humana, pronto llegaría su momento.  

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