jueves, 2 de noviembre de 2017

La Rosa Dorada



El Consejo de los 18 era el órgano  encargado de mantener la paz en  Dámbil.  Durante siglos los  miembros  eran  escogidos entre los habitantes del mundo mágico para que, desde muy jóvenes, fueran a vivir al Bastión Elemental a cultivar sus poderes y talentos. En la mayoría de las ocasiones, los muchachos eran llamados por alguna cualidad destacable en su dominio de la magia, en otras porque se intuía algún talento único, y  muy extrañamente, debido a la influencia de alguna profecía. Precisamente por su temprana edad, los 18 recibían una formación muy estricta para desarrollar todo su potencial mágico e intelectual. Muchos de sus maestros habían sido miembros del Consejo de los 18 anteriormente, pero llegada a cierta edad se les daba a elegir entre quedarse en el Bastión para aportar su sabiduría a los más jóvenes o podían entregar su magia para mantener el equilibrio de la fortaleza. 
El lugar más importante de toda la ciudadela era la Pirámide Elemental, un edificio colosal situado en la zona más alta  de la fortaleza. Era allí, justo en su interior donde fluía toda la magia que permitía a la ciudad mantenerse flotando a varios cientos de metros sobre la superficie de Dámbil. También era el lugar donde se reunían todos los habitantes del Bastión cuando era necesario tratar temas importantes. Los últimos acontecimientos habían provocado una crisis tremenda que requería el consenso de todos los habitantes de la Ciudadela para  traer de nuevo la paz. 

Iluminado, o Lumi como le decían todos,  estaba sentado en la segunda fila al lado de su compañera Elisea. Desde su lugar observaba con atención las intervenciones de sus compañeros que intentaban aportar soluciones al tremendo problema que había degenerado en una gran guerra que amenazaba todo el mundo mágico. Alto  y espigado, el joven prestaba oídos a todas las opiniones. Lumi se preguntó que podría aportar él en un conflicto tan grave, de hecho muchas veces se  había preguntado si era merecedor de estar entre los 18.  Siendo muy pequeño mostró serias dificultades para leer los pergaminos más sencillos y pasó mucho tiempo acomplejado por esta razón. Dado que su evolución era muy lenta, la madre de Lumi recurrió a  un sabio para que ayudara a su hijo a progresar. Durante varios días el pequeño Lumi acudió a la casa del sabio, pero en vez de leer aquel anciano le pidió que intentara copiar lo que veía. La sorpresa fue mayúscula cuando al comprobar las copias, el sabio descubrió que aquel muchacho era capaz de ver hechizos escondidos entre las palabras. Aquella era la razón por la que Lumi no era capaz de leer de forma adecuada, los sortilegios que surgían  entre las palabras y oraciones dificultaba enormemente la lectura. Pero  aquel “impedimento” resultó ser un don de increíble valor que le abrió las puertas del Bastión. Desde entonces se formaba para estar a la altura de los peores conflictos y parecía que ese momento había llegado.
 
 Al Bastión habían llegado unas noticias terribles, los mensajeros hablaban de que un caudillo orco llamado Górmul  había matado al rey Rog y  había levantado a todo el clan  en contra los humanos. Desde numerosos lugares, inflamados por las promesas de tierras y riquezas llegaban orcos de todas partes para engrosar el ejército de Muchamuesca  para conquistar lo que les pertenecía por ley. Allí sentados, todos los habitantes de la ciudadela escuchaban y debatían soluciones para el conflicto.
-           Gracias a la confusión provocada por la muerte del Rey Rog, uno de sus consejeros consiguió escapar y traernos las terribles noticias que compartimos hoy aquí –dijo Luis Gabriel, líder de los 18 alzando la voz para que todos lo escucharan-. Creo que es necesario que todos escuchemos lo que nos tiene que contar antes de tomar ninguna decisión. 

De entre los asistentes, un orco engalanado con vestiduras ceremoniales, se alzó para hablar. Era el mismo chamán que había examinado las  hojas del tratado para comprobar su autenticidad en la corte del Rey Rog. Nada más contemplar la muerte de su amado Rey, huyó de su fortaleza dispuesto a encontrar respuestas en el Bastión.
-          Habitantes de la ciudadela y defensores de Dámbil – dijo el orco con voz firme y ceremoniosa- No hace ni tres días, asistí perplejo a la muerte de mi querido Rey; Rog Muchamuesca – muchos de los asistentes exclamaron perplejos ante la derrota de tan formidable guerrero-. Un forastero orco llamado Górmul llegó a nuestras tierras con varias páginas del tratado de paz que puso fin a la Gran guerra entre orcos y humanos, estás páginas – dijo el chamán sacando de unas alforjas de su cintura un rollo de cuero que contenía varias hojas de pergamino-. En estas páginas dice claramente que los orcos teníamos derecho a tierras que fueron entregadas a los duendes y a los elfos. Estas páginas, cuya autenticidad yo mismo he comprobado, dicen la verdad por tanto los orcos, durante generaciones hemos sido engañados y traicionados por los humanos. 

En la sala se alzaron gritos de rabia contenida y una fuerte discusión se desató colmando  los oídos de los asistentes. Algunos comenzaban a pedir calma cuando Agda, la guardiana de las reliquias, se situó junto al chamán y pidió el turno de palabra, en sus manos llevaba un enorme cuaderno con tapas de cuero endurecido y lujosos bordados.
-          Tal vez yo pueda explicaros eso amigo orco- dijo Agda poniendo una mano sobre el hombro del chamán-. Hace unos días un invitado de honor en el que habíamos depositado nuestra confianza entró en uno de nuestros lugares más sagrados y arrancó tres hojas de  este cuaderno – apuntó Agda acariciando el gran tomo-. Aquel muchacho de ojos azules era Jálibu y me temo que fue el mismo que se presentó en vuestro clan y mató a vuestro rey.
-          ¡Pero eso es imposible!– gritó Elisea desde su asiento- Jálibu es un humano ¿cómo pudo tomar la apariencia de un orco?
-          Mi querida Elisea- contestó Agda con una sonrisa condescendiente- no es la primera vez que leo acerca de conjuros que permiten cambiar el aspecto a voluntad. Pero es necesario que os advierta- ahora la voz de Agda estaba cargada de preocupación- que tales hechizos eran realizados por seres de enorme poder, un encantamiento de este tipo no está al alcance de cualquiera – Elisea se sentó intentando asimilar esas palabras, ella misma había sentido aquella magia extraña ante la presencia de Jálibu, todo parecía tener sentido-.
En cuanto al tratado –continuó Agda dirigiéndose  al chamán- sería adecuado que me devolvierais esas tres páginas y leyerais el documento completo.
               
El chamán tomó en sus manos el tratado con las páginas ordenadas y permaneció largos instantes leyendo cuidadosamente cada palabra con el silencio cómplice de todos los asistentes. De repente el orco se llevó la mano a la boca tratando de contener un grito. Leía una carta de su Rey ancestral, Calaverón, que decía lo siguiente:

La guerra que nos ha enfrentado a orcos y humanos durante tantos años ha sido la página más negra de la historia de Dámbil. En esta contienda los dos bandos  hemos pagado con sangre y terribles pérdidas nuestros errores pero el paso de nuestros ejércitos también ha dañado enormemente a nuestros hermanos elfos y duendes que nada tuvieron que ver con nuestra disputa. Por eso, con esta carta, propongo al rey Brazofort, que las tierras que acordamos repartirnos en nuestras primeras reuniones sean entregadas a los duendes y a los elfos para reparar el daño que les hemos infringido con nuestra locura……”
 
El chamán dejo de leer y posó su mirada en Agda, que sonreía con ternura.
-          Como tú mismo puedes comprobar, fue vuestro antiguo Rey Calaverón, el que mandó una carta al rey de los humanos para repartir de nuevo esas tierras con mayor justicia –dijo la mujer con satisfacción y añadió- A veces es fácil tomar una pequeña parte de la historia y utilizarla con fines oscuros y más fácil aún es engañar a los necios que no se molestan en conocer su historia, pues están destinados a ser engañados y a repetir los errores de sus ancestros. 

Aclarado todo, al chamán le fallaron las piernas y se postró de rodillas mientras lloraba, lágrimas amargas que daban rienda suelta al sentimiento de impotencia  y a la injusticia de ver como su clan había sido engañado para convertirse en la herramienta de destrucción de un ser despreciable. 
-          Los orcos no tienen culpa de este engaño –dijo Luis Gabriel desde su posición de líder- Górmul es el responsable de toda esta mentira, debemos derrotarlo, con él fuera de combate  lograremos convencer a los orcos de su error y devolver la paz a Dámbil.

La idea fue acogida con aplausos entre los asistentes que veían una forma fácil y sencilla de descabezar la rebelión de los orcos derrotando a su líder. El chamán, más repuesto de su tristeza, pidió el turno de palabra.
-          No seáis estúpidos, mi rey, El gran Rog, el luchador que jamás había perdido un combate cayó ante Górmul en apenas unos segundos. Su ataque ni tan siquiera arañó la armadura de su oponente. Puedo afirmar con total seguridad que no hay arma capaz de dañar a Górmul. 

                Las palabras del orco cayeron como una losa sobre el recién despertado ánimo de la sala. Todos recordaban al Rey Rog, y si era cierto que Górmul lo había vencido en unos segundos con una facilidad insultante, ni  en el Bastión ni en todo Dámbil  existía rival para  tal poder. 

                Uno de los miembros del Consejo de los 18, Titón de los Flaimer, el más anciano de todos, se levantó y pidió la palabra.
-          Yo conozco un arma capaz de vencer a Górmul. Una reliquia poderosa que está en nuestras manos forjar y usar para poner fin a toda esta locura: La Rosa Dorada.

El anciano volvió a sentarse con semblante serio esperando que los demás se pronunciasen. De avanzada edad Titón tenía la cabeza afeitada y lucía unas extrañas marcas en su rostro en forma de tatuajes o antiguas runas, se decía que aquellas marcas lucían con un extraño fragor rojo cuando el anciano se enfadaba. El  misterio de dichos surcos competía  con el de su resistencia a abandonar el Consejo a pesar de su edad, hacía años que debería haber dejado su puesto a alguien más joven. 

La Rosa Dorada era una espada mágica que encerraba el poder de los cuatro elementos. Su fabricación requería la participación de todos los miembros del Consejo que deberían transferir parte de su poder durante el proceso de forja. El conjuro que encerraba la espada era capaz de competir contra cualquier tipo de protección mágica y esperaban que les ayudara a quebrar las defensas de Górmul.
-          Para forjar la Rosa necesitaremos varios días- observó Luis Gabriel- y además necesitamos hacer una votación para decidir finalmente cuál será nuestra forma de proceder.
-          ¿Qué opciones tenemos? – preguntó Pepi interviniendo en el debate-.
-          Tenemos dos opciones – contestó Luis Gabriel- . Podemos hacer un llamamiento a las armas y  convocar al ejército para hacer frente a Górmul y su horda de orcos. O también podemos forjar la Rosa Dorada e intentar acabar con Górmul sin derramar sangre inocente.
-          Entonces votemos – exigió Pepi- no tenemos tiempo que perder. 

El Consejo de los 18 era el único con capacidad para tomar la decisión así que  entre murmuraciones y cuchicheos de última hora, uno a uno fue emitiendo su voto en voz alta. A pesar de que la opción de derrotar a Górmul con la Rosa Dorada parecía ser la más ventajosa para todo Dámbil,  pues se podrían evitar batallas masivas en las que seguro morirían miles de guerreros de ambos bandos, la opción que ganaba era la de reunir al ejército. El miedo a enfrentarse a Górmul  había calado profundamente en el ánimo de los miembros del Consejo. Al final de la votación la opción de reunir al ejército ganaba con 9 votos frente a los 8 votos que había recibido la alternativa de forjar la Rosa Dorada. El último voto correspondía a Luis Gabriel, que como líder tenía la posibilidad de decantar la votación de un lado a otro pues su voto valía doble según las leyes del Bastión.
-          Por el bien de nuestros hermanos – comenzó Luis Gabriel con convicción- debo dar mi voto a la forja de la espada. Si está  en nuestra mano evitar la muerte de miles, debemos de elegirla aunque eso suponga el sacrificio de uno de los nuestros. Al igual que vosotros tengo miedo al poder de Górmul, pero más miedo me produce pensar en las víctimas de una gran guerra ¡Forjaremos la espada! 
Todos aplaudieron las palabras de su líder con entusiasmo contenido. 
La Rosa Dorada se forjó en pocos días. La espada, realizada con esmero y maestría por los herreros del Bastión,  resplandecía con el poder latente de los elementos y allí permaneció sin que nadie se decidiera a empuñarla. La duda y el miedo habían encogido el corazón de los miembros del Consejo. El ejército de Górmul marchaba y conquistaba las tierras con una violencia atroz pero en la ciudadela la valentía había desaparecido tras las buenas intenciones de la Rosa Dorada… hasta aquella noche. Aprovechando la oscuridad, un encapuchado cubierto por una gruesa capa, ciñó al cinto la espada mágica y desapareció por uno de los portales. En su rostro resplandecían con color rojizo unas extrañas marcas. 


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