La Sala de Entrenamiento
era un edificio emblemático del Bastión. Allí se entrenaba con la magia más
peligrosa y se aprendían poderosas técnicas de ataque y defensa. El lugar
estaba compuesto por varias salas pequeñas donde los pupilos podían practicar
en la intimidad, estudiar o simplemente concentrarse. En el centro existía un
gran círculo de arena donde se practicaban los hechizos. El edificio se
reforzaba a diario con barreras de
protección que evitaban que la magia pudiera desatarse de forma descontrolada y
dañina.
-
Este ejercicio es uno de los más útiles que
aprenderás en tu vida –comenzó a explicar el maestro al muchacho que tenía al
lado.
Justo en mitad
de la arena, había una pequeña mesa con una vela encendida.
-
Debes dominar completamente el poder del aíre
–continuó el maestro- Ahora te voy a hacer una demostración. Voy a concentrar de
tal manera mi hechizo que transformaré el aire en una cuchilla invisible,
cortaré la vela por la mitad pero la llama permanecerá encendida. Fíjate bien
–dijo mientras entornaba los ojos y ponía rígida la palma de su mano-.
El maestro
alzó la mano por encima de su cabeza lentamente mientras respiraba
pausadamente. Su mano se iluminó con un aura azulada, repentinamente bajó la
mano con un movimiento rapidísimo y seco. El aire vibró ante la presencia de la
magia y un haz de viento surcó la sala con la forma de una cuchilla atravesando la vela. La sala quedó
en silencio.
-
No has conseguido cortarla – dijo el alumno con
cierto aire de superioridad al observar que la vela permanecía intacta-.
-
Observa –le ordenó el maestro mientras en su
rostro se dibujaba una sonrisa-.
La vela que
descansaba encima de la mesa empezó a dividirse por un corte diagonal. La
sección era tan perfecta que apenas se podía ver el corte pero la vela, que
seguía brillando, cayó partida sin apagarse.
-
¿Entiendes la importancia de este hechizo?-
preguntó el maestro, pero sin esperar la respuesta de su alumno continuó
su explicación- Si no dominara mi poder
de aire a la perfección, la vela se hubiera apagado y habría salido volando. He
concentrado tanto mi poder que he convertido una pequeña brisa en un hechizo de
ataque muy efectivo.
El maestro
Bruce, pues ese era su nombre no podía ocultar la emoción que le producía
enseñar a diario los entresijos de la magia. Descendiente de un linaje perdido,
fue elegido como maestro en el Bastión
por su facilidad para dominar dos elementos al mismo tiempo; aire y tierra.
Amante de la naturaleza, el maestro, sentía una profunda devoción por la tierra y las plantas. De alta talla, su cabello corto
plateaba por la edad pero se mantenía erizado con orgullo. Sus ojos
claros brillaban con intensidad mostrando la severidad de su carácter. Parecía
estar rodeado por un aura de energía estática, que sumado al pelo de punta
hacía pensar que había recibido un shock eléctrico. Por esta razón muchos alumnos le decían Shock
a escondidas y poco a poco fue derivando al mote con el que lo llamaban cariñosamente:
Chuky.
-
Vamos Luis, ahora es tu turno, demuéstrame que
no has estado perdiendo el tiempo y que has hecho progresos en tu dominio de la
magia – ordenó Bruce a su pupilo-.
Luis de los
Eolirs aún estaba sorprendido por el hechizo. Aquel maestro había convertido el
aire de la sala en una cuchilla, aquello era… interesante. El muchacho había
observado la demostración de magia con cierta desgana. Él consideraba que sabía
todo lo necesario para ser un buen guerrero y defender Dámbil, no necesitaba
que nadie le diera lecciones de nada y lo demostraría en ese preciso instante.
El maestro
Bruce, mientras tanto, se había acercado a la mesa que ocupaba el centro de la
sala y sustituyó la vela por otra nueva y la prendió. La llama de la vela bailó
sinuosamente como mofándose de Luis. El muchacho se colocó en posición e intentó
imitar el hechizo que le acababa de enseñar su maestro.
-
Ahora, hazlo –ordenó Bruce con severidad-.
Luis imitó el
gesto de la mano y convocó su poder de aire pero no controló su respiración, ni
concentró su magia. El resultado no se hizo de esperar, en lugar de una brisa
cortante, el muchacho levantó un tremendo vendaval que lanzó la vela y la mesa
por los aires. La arena de la sala se arremolinó formando un pequeño torbellino
y el maestro tuvo que intervenir para calmar aquella fuerza dislocada. Luis
observó divertido como su maestro se esforzaba por arreglar el estropicio que
acababa de desatar.
-
¿Estás contentó? – preguntó su maestro tras
terminar de calmar la magia - ¡Podíamos haber resultado heridos y encima te
ríes! – ahora el tono de voz del maestro era severo y reprendía la actitud de
su alumno-.
-
Bueno, pero no ha pasado nada –concluyó Luis con
una sonrisa desafiante-.
-
No has aprendido nada – afirmó Bruce con rudeza-
Has sido esclavo de tu propia leyenda, te has creído el mejor de los 18 pero no
eres capaz de dominar un hechizo sencillo como el que te acabo de enseñar.
La última
frase había herido el orgullo de Luis, su maestro le había llamado “esclavo de
su propia leyenda”. Sabía perfectamente que Chuky se lo había recordado por la
razón que lo llevó al Bastión.
Siendo muy
pequeño, cuando apenas sabía andar, Luis iba con su madre por el mercado de su
pueblo. La madre compraba aquí y allá y los enormes ojos negros de Luis
contemplaban todo con inocente curiosidad desde su regazo. Mientras compraba en
un puesto de fruta, su madre lo dejó en un cestillo mientras tocaba varias
calabazas de una enorme pila para descubrir cual estaba madura. La suerte hizo
que una de aquellas calabazas cayera al suelo y rodara caprichosa. La madre de Luis se apresuró a
recogerla ante el visible enfado del tendero que gritaba bastante irritado. Al
mismo tiempo, por el otro lado de la callejuela, una carroza de dos caballos
apareció corriendo como alma que lleva el diablo. Los caballos se habían
desbocado y galopaban aterrorizados derribando puestos y tenderetes. Luis
observó con terror como la carroza se dirigía a su despistada madre, que no
hizo caso de los gritos de las gentes pues pensaba que era el tendero que
seguía increpándola por haber tirado la calabaza. Justo en el preciso instante
que los caballos iban a atropellar a la madre del muchacho, una terrible ráfaga
de viento mágico levantó la carroza por los aires. Todos quedaron maravillados
al ver que aquel niño de apenas cuatro años había realizado un hechizo
imposible para infantes de esa edad. Luis brillaba con un aura de color morado
y permanecía de pie con los brazos rígidos, seguidamente se desplomó y se quedó
dormido. Esa demostración tan extraordinaria de poder, le sirvió para que lo
llamaran del Bastión y entrara a formar parte del Consejo de los 18. La leyenda
del niño que había salvado a su madre con magia corrió como la pólvora. A Luis
le gustaba que se acordaran de él por aquella hazaña de la que, sin embargo,
apenas guardaba recuerdos. Pero ahora su maestro le echaba en cara que se había
dormido en los laureles todos estos años.
-
Has sido víctima de tu propio ego, Luis – apuntó
su maestro-. Has estado todos estos años viviendo de aquella hazaña y ahora no
sabes nada. Has trabajado menos que la “quijá de arriba”. Dámbil te necesita y
lo único que puedes darle es vanidad y chulería…
-
¡¡¡Déjame!!! – Luis gritó profundamente enfadado
y convocó una tempestad dentro de las salas de entrenamiento-.
El maestro
Bruce invocó una barrera para impedir que la tempestad lo dañara y observó que
Luis corría y se encerraba en una de las habitaciones de los laterales. Por
suerte las protecciones mágicas de la sala ayudaron a calmar el poder desatado
por el muchacho y todo volvió a la normalidad. Bruce se dirigió decidido a la
habitación donde se había refugiado Luis. Abrió la puerta de la habitación y se
encontró al muchacho dándole la espalda. Observó que el fibroso cuerpo del
joven estaba en absoluta tensión, los brazos completamente estirados temblaban
a causa de la fuerza con la que cerraba los puños. Los hombros se agitaban
espasmódicamente siguiendo su respiración.
-
¡Vete! –gritó con voz casi histérica-.
Bruce se
acercó pausadamente a Luis y posó las manos sobre sus hombros. El muchacho hizo
el amago de resistirse pero el tacto cálido del maestro empezó a ejercer una
influencia tranquilizadora. Luis sintió que los latidos de su corazón empezaban
a disminuir, y como le pasaba siempre, la claridad empezó a abrirse camino en
su mente dando como resultado el sentimiento de arrepentimiento y vergüenza que
acompañaba a sus brotes de furia.
-
Siéntate – la voz del maestro era dulce,
solícita y emitió la orden casi como una súplica. Luis obedeció-
Los hombros
del muchacho se relajaron y sintió como si le hubieran quitado un peso de
encima.
-
¿Por qué hiciste eso? – preguntó el maestro con
tono sosegado- Podíamos haber resultado heridos.
-
Yo… yo estaba furioso – explicó titubeante el
muchacho- Lo que dijiste despertó mi ira.
-
¿Tú ira? Aquello no fue ira Luis, actuaste
como in niñato inconsciente –ahora el
tono de Bruce sí era de reprimenda- Estabas enfadado contigo mismo, te sentiste
ofendido en tu ego y tu sentimiento del ridículo te hizo actuar bajo los
efectos de una rabieta.
Ahora Luis miraba fijamente a su
maestro, lo miraba a los ojos y calculaba cada palabra que escuchaba valorando
la situación.
-
Ahora que mencionas la ira, debo confesarte que
me has decepcionado. Cuando entraste en el Bastión pensaba que habías heredado
un don especial con el que eran bendecidos los guerreros de antaño. De hecho
esa fue la razón por la que te trajeron al Bastión, pensaban que eras un
“guerrero de la ira” –explicó su maestro-.
-
¿Un guerrero de la ira? – preguntó Luis tratando
de asimilar lo que le decía su maestro.
-
Sí, eso he dicho –confirmó Bruce-. Antaño
existió una orden de guerreros que recibieron el nombre de “Guerreros de la
ira” porque eran capaces de canalizar la ira de los dioses a través de su
cuerpo.
-
¿Eran guerreros elegidos por los dioses? –
preguntó Luis muy interesado y visiblemente más tranquilo-.
-
Algo
parecido. Eran guerreros que luchaban por la justicia y la defensa del débil.
Se dice que era humanos con poderes innatos, como el que demostraste tú al
salvar a tu madre. Luchaban sin reservas en nombre de todas las cosas buenas
creadas por los dioses. Existía tal conexión entre guerrero y dios, que la ira
de los dioses se canalizaba a través de la magia elemental de su elegido. Pero
no todos los humanos eran merecedores del favor de los dioses, era necesario
albergar un corazón puro, dispuesto a dar todo por los seres queridos, los
débiles y los desfavorecidos –el maestro
hizo una breve pausa mientras levantaba la mirada contemplando la infinidad que
le ofrecía la ventana que se hallaba en la pared-. Dice la leyenda que los ojos
de los guerreros desaparecían justo antes de recibir el poder de su dios
quedando totalmente blancos. Algunos decían que era porque sus pupilas se
volvían hacia dentro para mirar directamente a su alma y rogar para que la
magia divina fluyera a través de ellos. Otros decían que los ojos quedaban
blancos simbolizando la ira ciega de los dioses. De ahí que los llamaran
“guerreros de la ira”
-
¿Y qué poderes tenían aquellos guerreros? ¿Cómo
eran de fuertes?- pregunto excitado Luis-.
-
Bueno, no se ha escrito demasiado sobre ellos y
muchos piensan que se exageraron sus poderes pero, para que te hagas una idea,
el hechizo que te acabo de enseñar, utilizado por un guerrero de la ira sería
capaz de cortar limpiamente una montaña – aclaró Bruce-
-
¡¡Partir una montaña!! ¡Eso es imposible!
–exclamó Luis incrédulo-.
En ese instante llamaron a la
puerta interrumpiendo la conversación entre maestro y alumno. El maestro dio
permiso para entrar y apareció Aarón sonriendo.
-
Hey, me dijeron que estabais entrenado –dijo
Aarón a modo de saludo-
-
Así es Centella ¿qué se te ofrece? –preguntó el
maestro-.
-
Vengo a citaros para la gran Asamblea que se
celebrará en la gran pirámide antes de la puesta de Sol –explicó Aarón como ya
había hecho varias veces a lo largo del día-.
Una sombra de preocupación se
apoderó del rostro del maestro que pareció envejecer varios años de forma
repentina.
-
Entonces son ciertos los rumores – dijo
para casi para sí mismo el maestro- Ya
ha empezado.
-
¿Maestro te encuentras bien? – preguntó Aarón
preocupado por el cambio de humor de Bruce-.
-
Sí, muchacho, estoy bien es tan solo…bueno allí
estaremos ¿verdad Luis? – el muchacho asintió afirmativamente ante la pregunta
de su maestro-.
-
Allí nos veremos, hasta dentro de un rato –se
despidió Aarón que ya salía volando de las salas de entrenamiento-.
Aún le
quedaban algunos miembros del Consejo por avisar y la tarde empezaba a
envejecer. Se preguntó a sí mismo dónde estaría Yumara. Era una de los miembros
que le quedaban por avisar y nadie la había visto en todo el día. Siguió
corriendo, se le agotaba el tiempo y debía encontrarla.
Maestro, nos encanta. Rafi,Pepi,Teiya y Diana
ResponderEliminarMaestro la historia que haces son muy chulas
ResponderEliminarMe encanta la historia esta interesante Yumara y Elísea
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