Unos veloces pasos rompieron el silencio que reinaba
en la biblioteca. Rosa, alertada, se levantó sobresaltada. Vio una figura que
se acercaba a grandes trancos por el pasillo. Enseguida se relajó, reconoció al
nuevo visitante, era el mensajero del Consejo: Aarón de los Terrarus. El
muchacho era menudo, delgado y con un cuerpo fibroso acostumbrado a la
intemperie. Solía vestir con armaduras ligeras de cuero que le permitían
moverse con agilidad. Su papel en el Consejo de los 18 había sido de gran
importancia pues durante los momentos de crisis, sus pies eran los más raudos y
su corazón infatigable. Era el encargado de transmitir mensajes de un lugar a
otro y su información era fiable ya que tenía una buena capacidad de
observación. Siempre estaba pendiente de
los más mínimos detalles, incluso de aquellos que no le importaban. Sus grandes
ojos eran penetrantes y sinceros. Esgrimía la espada con maestría y cuando
luchaba, aprovechaba su rapidez para lanzar una tormenta de sablazos por
eso, cariñosamente, lo llamaban
“Centella”.
-Saludos,
hermanos del Consejo - dijo Aarón -.
- ¿Qué se te ofrece? - preguntó Rosa con tono cansado pues las conclusiones que habían sacado de la historia del Innombrable había hecho decaer el ánimo entre ellos-.
- Me han encomendado avisar a todos los miembros del Consejo. Antes de que se ponga el sol habrá una gran asamblea. Los mensajes que llegan de tierra firme no son buenos y debemos debatir la mejor forma de atajar el mal que se cierne sobre Dámbil- explicó Aarón con ceremoniosa seriedad-.
- Muchas gracias Centella, con sumo gusto nos presentaremos en la asamblea -contestó Victoria.-
- ¿Qué se te ofrece? - preguntó Rosa con tono cansado pues las conclusiones que habían sacado de la historia del Innombrable había hecho decaer el ánimo entre ellos-.
- Me han encomendado avisar a todos los miembros del Consejo. Antes de que se ponga el sol habrá una gran asamblea. Los mensajes que llegan de tierra firme no son buenos y debemos debatir la mejor forma de atajar el mal que se cierne sobre Dámbil- explicó Aarón con ceremoniosa seriedad-.
- Muchas gracias Centella, con sumo gusto nos presentaremos en la asamblea -contestó Victoria.-
Con una pequeña reverencia a modo de despedida, Aarón
se dirigió a su siguiente destino. Salió a toda prisa de la biblioteca. Bajó
por la empinada calle a gran velocidad cuando pasó por delante de una casa
pequeña y sencilla. Se paró, miró arriba y vio que de la chimenea salía humo de colores
brillantes. Centella sonrió y llamó a la puerta. Mientras permanecía a la
espera escuchó muchos ruidos de cristales y algunas explosiones. La puerta se
abrió y antes de que el mensajero pudiera ni tan siquiera articular palabra,
una mano lo cogió de la manga y lo arrastró hacia dentro.
- Entra Centella, estoy a punto de conseguir algo extraordinario- dijo la voz con excitado entusiasmo.
El que hablaba era Antonio de los Flaimers. Su casa era un completo
desastre, el joven era un estudioso de las viejas artes alquímicas, y se pasaba
horas y horas inventado todo tipo de pociones y artilugios. Entre tanto
desorden había alambiques, probetas, botes y frascos con toda clase de líquidos
y muchos papeles colgando de las paredes. Centella se quedó mirando uno de
aquellos bocetos y admiró un dibujo
increíble de un duende, en una de las
esquinas le pareció que ponía “Soni” o “Sonic”, no se apreciaba bien. Antonio
era un muchacho con mucho talento, dibujaba a todas horas y hacía
anotaciones con entusiasmo en una
libreta que siempre portaba. Le gustaba
estudiar e inventar cosas para sus compañeros.
- Si esto
sale bien -decía el joven mientras se movía entre tanto desorden- es posible
que te puedas llevar un regalo muy valioso.
- ¿Para mí?
-preguntó Centella-.
- Sí, pero
por favor calla, necesito concentración.
El mensajero quedó en silencio y se dedicó a observar
al inventor. Lo cierto es que, aunque estaba un poco loco, era muy simpático y divertido.
Lo que más destacaba en su rostro eran sus ojos, sinceros y amables, capaces de
hablar por si solos. Era alegre y de carácter inocente, pero sobre todo, era
muy creativo. Vestía una túnica de color verde con bordados dorados de hojas de
eucalipto y un cinto de cuero negro lleno de herramientas ceñido a su cintura.
Su cabello, moreno y alborotado, se enlazaba como cientos de anillos negros, mientras sus ojos buscaban algo con ansiedad
entre tanto desorden.
- ¡¡¡Ajá!!!
Ya te tengo- dijo sujetando una maraña de hierbas. Esto le dará el toque
necesario, si todo sale bien cuando eche esta raíz de mandrágora, el líquido de
aquella probeta se pondrá verde y entonces el experimento será un éxito -explicó el muchacho para que Aarón pudiera seguir su experimento-.
Con sumo cuidado fue triturando con los dedos la raíz
seca y depositándola dentro del recipiente. Poco a poco este fue tomando un
color verdoso.
-¡Perfecto!
Tal y como esperaba- dijo Antonio mientras echaba el resultado de la formula
en una botellita pequeña y redondeada- ¡Aquí lo tienes! Una poción diseñada
expresamente para ti, Centella.
- ¿Una
poción? ¿De qué se trata? -dijo Aarón-.
- Ya lo
verás llegado el momento, pero recuerda, úsala solo en caso de tener mucha
prisa.
- De acuerdo
-aceptó Centella- ahora me gustaría que me escucharas. Traigo un mensaje del Consejo, esta tarde...
- Sí, sí,
esta tarde hay una asamblea, justo antes de la puesta de sol -interrumpió Antonio
- ¿Y
por qué diantres me haces perder el tiempo sí ya lo sabes?- preguntó Aarón
enfadado. Pero sabía que su amigo era así, era despreocupado y a veces vivía en
su propio mundo.
Antonio rio
con ganas mientras se rascaba la cabeza y dijo:
-
Anda, no seas cascarrabias que te he dado un regalo muy interesante, ya me lo
agradecerás.
No había terminado de decir la frase y Aarón ya corría hacia la puerta, aún quedaban varios miembros
por avisar y se acercaba la hora de comer. El mensajero surcó como el viento el
trecho que atravesaba unos hermosos jardines
que se extendían al sur del Centro del Saber. Paseó un rato a gran velocidad
esquivando árboles cuando una voz desde
lo alto de un naranjo le llamó la atención.
-
¡Hola Centella!
-
¡¡Por todos los dioses!! Cande ¿eres tú? ¿dónde estás?- preguntó Aarón que había escuchado la voz de su compañera pero no la veía por ningún lado.
-
Estoy aquí, mira arriba –ordenó la voz-.
La que hablaba desde lo alto del naranjo era Cande de los
Eolirs. Era otra de los miembros del Consejo que quedaban por avisar. Era una
muchacha de tez morena y ojos juguetones. Su rostro era bello y su pelo salvaje
como las ramas del naranjo. Vestía unos ropajes verdes y marrones que le hacían confundirse con la vegetación que
la rodeaba. Estaba subida a un árbol, arreglando una de las ramas que parecía
enferma.
Era de la tribu del aire, pero era la miembro del Consejo que más se
interesaba por las plantas y su cultivo. Su historia era muy especial, pues
Cande era una joven sensible y tímida que no parecía tener cualidades
especiales. De hecho, en un principio, muchos de los compañeros del Consejo
menospreciaron a la joven porque no veían en ella actitudes para la magia tal y como
demostraban todos ellos. Pero eso cambio un día cuando un terrible accidente
sucedió en unos ejercicios de entrenamiento. Aquel día un hechizo liberado con
más fuerza de la deseada, destrozó los
techos de las salas de entrenamiento. Las rocas, de muchas toneladas de peso, cayeron sobre la pobre muchacha dejándola
atrapada. Todos ayudaron como podían para retirar las rocas, usando poderosos
hechizos para levantar los escombros. Cuando solo quedaba una gran losa por
levantar, todos temieron lo peor y esperaban ver el cuerpo sin vida de la pobre
muchacha pero, para sorpresa de todos, al izar la última piedra encontraron
algo muy extraño. Cande brillaba con una magia fascinante y alrededor de su
cuerpo habían crecido unas raíces tremendas que se había enredado en la joven actuando como una armadura. Ella siempre pensó que
su amor por las plantas la había salvado y desde entonces se dedicó por entero
a ellas. Las mimaba, les hablaba y las sanaba cuando alguna plaga las enfermaba.
Titón
le explicó una vez, que aunque ella misma no podía dominar su poder, fue su
magia la que la había salvado. Le dijo que hay magos que establecen vínculos
con lo que aman y que eso le permite desarrollar magias muy poderosas. Cande se
creyó a medias lo que le dijo Titón, ya que le costaba asimilar las lecciones
de magia más avanzadas. Siempre fue una chica distraída y taciturna, pero nunca
dejó de esforzarse por mejorar.
-
Menos mal que has llamado mi
atención, tenía que avisarte para la asamblea y jamás se me habría ocurrido
buscarte en lo alto de un árbol- continuó explicando Centella.
-
Es que estos ropajes me hacen
casi invisible en este naranjo- añadió la muchacha señalándose la ropa-.
-
Pues ha sido una suerte que
me llamaras porque no te habría encontrado -explicó Aarón-.
- Entonces ¿tengo que ir a la
Asamblea?
-
Exacto, antes de la puesta de
sol todos los miembros del Consejo y todos los habitantes del Bastión debemos
acudir a la Pirámide para debatir temas muy serios.
-
Allí estaré –afirmo Cande con
rostro serio-.
- Sabía que vendrías a buscarme, Centella. Pero siéntate y descansa tus doloridos pies. ¡¡Camarero!! Traiga un poco de aguamiel para mi amigo, seguramente este sediento.
- Gracias Joaquín de los Terrarus. Acepto de buen grado tu invitación, traigo la garganta seca.
Joaquín era
un gran guerrero del Consejo de los 18. Era un chico listo y durante las
lecciones de magia había demostrado ser tan bueno como el mejor, pero solía
tener cierta tirria a los libros, en especial sí estos era gordos y tenían
muchas letras. Lo suyo era el combate cuerpo a cuerpo. Sus espadas eran sus
fieles compañeras, ambas
tenían unas formas extrañas, con diferentes recurvas y estaban terriblemente afiladas.
Algunos decían
que las armas eran una herencia familiar
y que sus antepasados formaban parte de las antiguas tribus del sur. Joaquín, tenía
una maraña de pelo cobrizo y su rostro, adornado con varias cicatrices, miraba
con ojos profundos, fríos y llenos de astucia. Llevaba el pelo corto y a veces
lo peinaba con una cresta similar a la que usaban los guerreros orcos. Su
inteligencia era tan afilada como sus espadas.
El camarero
sirvió una generosa jarra de aguamiel a Centella.
- Invito yo
-aclaró Joaquín mientras daba un par de plerios al tabernero. Llevo toda la
mañana por aquí, he escuchado rumores terribles y el mejor lugar para conseguir
información siempre es una taberna. La bebida suelta las lenguas y los rumores
cobran vida.
- ¿Has oído lo
de la asamblea? – preguntó Aarón justo cuando termino de dar un gran trago y se
limpiaba la boca con la manga de su camisa.
- Así es -confirmó Joaquín-
por eso no voy a hacerte perder más el tiempo. Ya sé que hay una gran asamblea antes de la puesta de sol.
Aarón observó que Joaquín miraba fijamente al hombre
misterioso que se acurrucaba junto a la chimenea.
-Tú
también lo has sentido ¿verdad? – preguntó Centella-.
- Sí, aquel hombre desprende una magia
fascinante –confirmó Joaquín-. Llevo un rato vigilándolo por si hace algo
extraño. Después de lo que pasó con Jálibu no me fio de nadie. Si se atreve a hacer
alguna maldad le tiraré los dientes al suelo.
Aarón sonrió ante la
ocurrencia de Joaquín al mismo tiempo
que notó que su amigo estaba en alerta, lo notaba en la tensión de su cuerpo,
en su postura. Alzó la jarra y bebió
otro sorbo más. Aún le quedaban varios miembros del Consejo por avisar, pero
ahora se merecía un descanso.
maestro esta mu boniquilla teiya
ResponderEliminarMaestro esta mu xula pepi
ResponderEliminarmaestro que imaginacion que xulako diana
ResponderEliminarAarón y Joaquín maestro tu historias encantan
ResponderEliminarElísea y sumara me quedo con la entrega
ResponderEliminarmuy buena maestro de verdad todas las historias tullas me encantan :)
ResponderEliminarMuy chulo
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