miércoles, 7 de marzo de 2018

CAP 20: El Llamamiento de los 18 Parte 1



Unos veloces pasos rompieron el silencio que reinaba en la biblioteca. Rosa, alertada, se levantó sobresaltada. Vio una figura que se acercaba a grandes trancos por el pasillo. Enseguida se relajó, reconoció al nuevo visitante, era el mensajero del Consejo: Aarón de los Terrarus. El muchacho era menudo, delgado y con un cuerpo fibroso acostumbrado a la intemperie. Solía vestir con armaduras ligeras de cuero que le permitían moverse con agilidad. Su papel en el Consejo de los 18 había sido de gran importancia pues durante los momentos de crisis, sus pies eran los más raudos y su corazón infatigable. Era el encargado de transmitir mensajes de un lugar a otro y su información era fiable ya que tenía una buena capacidad de observación.  Siempre estaba pendiente de los más mínimos detalles, incluso de aquellos que no le importaban. Sus grandes ojos eran penetrantes y sinceros. Esgrimía la espada con maestría y cuando luchaba, aprovechaba su rapidez para lanzar una tormenta de sablazos por eso,  cariñosamente, lo llamaban “Centella”.


-Saludos, hermanos del Consejo - dijo Aarón -.
- ¿Qué se te ofrece? - preguntó Rosa con tono cansado pues las conclusiones que habían sacado de la historia del Innombrable había hecho decaer el ánimo entre ellos-.
- Me han encomendado avisar a todos los miembros del Consejo. Antes de que se ponga el sol habrá una gran asamblea. Los mensajes que llegan de tierra firme no son buenos y debemos debatir la mejor forma de atajar el mal que se cierne sobre Dámbil- explicó Aarón con ceremoniosa seriedad-.
- Muchas gracias Centella, con sumo gusto nos presentaremos en la asamblea -contestó Victoria.- 



Con una pequeña reverencia a modo de despedida, Aarón se dirigió a su siguiente destino. Salió a toda prisa de la biblioteca. Bajó por la empinada calle a gran velocidad cuando pasó por delante de una casa pequeña y sencilla.  Se paró, miró arriba y vio que de la chimenea salía humo de colores brillantes. Centella sonrió y llamó a la puerta. Mientras permanecía a la espera escuchó muchos ruidos de cristales y algunas explosiones. La puerta se abrió y antes de que el mensajero pudiera ni tan siquiera articular palabra, una mano lo cogió de la manga y lo arrastró hacia dentro.


- Entra Centella, estoy a punto de conseguir algo extraordinario- dijo la voz con excitado entusiasmo.


El que hablaba era Antonio  de los Flaimers. Su casa era un completo desastre, el joven era un estudioso de las viejas artes alquímicas, y se pasaba horas y horas inventado todo tipo de pociones y artilugios. Entre tanto desorden había alambiques, probetas, botes y frascos con toda clase de líquidos y muchos papeles colgando de las paredes. Centella se quedó mirando uno de aquellos bocetos y admiró  un dibujo increíble de un  duende, en una de las esquinas le pareció que ponía “Soni” o “Sonic”, no se apreciaba bien. Antonio era un muchacho con mucho talento, dibujaba a todas horas y hacía anotaciones  con entusiasmo en una libreta que siempre portaba.  Le gustaba estudiar e inventar cosas para sus compañeros.


- Si esto sale bien -decía el joven mientras se movía entre tanto desorden- es posible que te puedas llevar un regalo muy valioso.



- ¿Para mí? -preguntó Centella-.

- Sí, pero por favor calla, necesito concentración.



El mensajero quedó en silencio y se dedicó a observar al inventor. Lo cierto es que, aunque estaba un poco loco, era muy simpático y divertido. Lo que más destacaba en su rostro eran sus ojos, sinceros y amables, capaces de hablar por si solos. Era alegre y de carácter inocente, pero sobre todo, era muy creativo. Vestía una túnica de color verde con bordados dorados de hojas de eucalipto y un cinto de cuero negro lleno de herramientas ceñido a su cintura. Su cabello, moreno y alborotado, se  enlazaba como cientos de anillos negros,  mientras sus ojos buscaban algo con ansiedad entre tanto desorden.



- ¡¡¡Ajá!!! Ya te tengo- dijo sujetando una maraña de hierbas. Esto le dará el toque necesario, si todo sale bien cuando eche esta raíz de mandrágora, el líquido de aquella probeta se pondrá verde y entonces el experimento será un éxito -explicó el muchacho para que Aarón pudiera seguir su experimento-.



Con sumo cuidado fue triturando con los dedos la raíz seca y depositándola dentro del recipiente. Poco a poco este fue tomando un color verdoso.



-¡Perfecto! Tal y como esperaba- dijo Antonio mientras echaba el resultado de la formula en una botellita pequeña y redondeada- ¡Aquí lo tienes! Una poción diseñada expresamente para ti, Centella.

 - ¿Una poción? ¿De qué se trata? -dijo Aarón-.

- Ya lo verás llegado el momento, pero recuerda, úsala solo en caso de tener mucha prisa.

- De acuerdo -aceptó Centella- ahora me gustaría que me escucharas. Traigo un mensaje del Consejo, esta tarde...

- Sí, sí, esta tarde hay una asamblea, justo antes de la puesta de sol -interrumpió Antonio

-  ¿Y por qué diantres me haces perder el tiempo sí ya lo sabes?- preguntó Aarón enfadado. Pero sabía que su amigo era así, era despreocupado y a veces vivía en su propio mundo.

Antonio rio con ganas mientras se rascaba la cabeza y dijo:

-  Anda, no seas cascarrabias que te he dado un regalo muy interesante, ya me lo agradecerás.



No había terminado de decir la frase y Aarón ya corría  hacia la puerta, aún quedaban varios miembros por avisar y se acercaba la hora de comer. El mensajero surcó como el viento el trecho que atravesaba unos hermosos  jardines que se extendían al sur del Centro del Saber. Paseó un rato a gran velocidad esquivando  árboles cuando una voz desde lo alto de un naranjo le llamó la atención.



- ¡Hola Centella!

- ¡¡Por todos los dioses!! Cande ¿eres tú? ¿dónde estás?- preguntó Aarón que había escuchado la voz de su compañera pero no la veía por ningún lado.

- Estoy aquí, mira arriba –ordenó la voz-.


            La que hablaba desde lo alto del naranjo era Cande de los Eolirs. Era otra de los miembros del Consejo que quedaban por avisar. Era una muchacha de tez morena y ojos juguetones. Su rostro era bello y su pelo salvaje como las ramas del naranjo. Vestía unos ropajes verdes y marrones que  le hacían confundirse con la vegetación que la rodeaba. Estaba subida a un árbol, arreglando una de las ramas que parecía enferma.

            Era de la tribu del aire, pero  era la miembro del Consejo que más se interesaba por las plantas y su cultivo. Su historia era muy especial, pues Cande era una joven sensible y tímida que no parecía tener cualidades especiales. De hecho, en un principio, muchos de los compañeros del Consejo menospreciaron  a la joven porque  no veían en ella actitudes para la magia tal y como demostraban todos ellos. Pero eso cambio un día cuando un terrible accidente sucedió en unos ejercicios de entrenamiento. Aquel día un hechizo liberado con más fuerza de la deseada,   destrozó los techos de las salas de entrenamiento. Las rocas, de muchas toneladas de peso,  cayeron sobre la pobre muchacha dejándola atrapada. Todos ayudaron como podían para retirar las rocas, usando poderosos hechizos para levantar los escombros. Cuando solo quedaba una gran losa por levantar, todos temieron lo peor y esperaban ver el cuerpo sin vida de la pobre muchacha pero, para sorpresa de todos, al izar la última piedra encontraron algo muy extraño. Cande brillaba con una magia fascinante y alrededor de su cuerpo habían crecido unas raíces tremendas que se había enredado en la joven  actuando como una armadura. Ella siempre pensó que su amor por las plantas la había salvado y desde entonces se dedicó por entero a ellas. Las mimaba, les hablaba y las sanaba cuando alguna plaga las enfermaba.

Titón le explicó una vez, que aunque ella misma no podía dominar su poder, fue su magia la que la había salvado. Le dijo que hay magos que establecen vínculos con lo que aman y que eso le permite desarrollar magias muy poderosas. Cande se creyó a medias lo que le dijo Titón, ya que le costaba asimilar las lecciones de magia más avanzadas. Siempre fue una chica distraída y taciturna, pero nunca dejó de esforzarse por mejorar.

-          Menos mal que has llamado mi atención, tenía que avisarte para la asamblea y jamás se me habría ocurrido buscarte en lo alto de un árbol- continuó explicando Centella.

-          Es que estos ropajes me hacen casi invisible en este naranjo- añadió la muchacha señalándose la ropa-.

-          Pues ha sido una suerte que me llamaras porque no te habría encontrado -explicó Aarón-.

-          Entonces ¿tengo que ir a la Asamblea?

-          Exacto, antes de la puesta de sol todos los miembros del Consejo y todos los habitantes del Bastión debemos acudir a la Pirámide para debatir temas muy serios.

-          Allí estaré –afirmo Cande con rostro serio-.


          Aarón dejo los jardines y se deslizó por unas cuantas callejuelas hasta una gran casona que destacaba sobre las edificaciones colindantes. En letras de hierro forjado se podía leer “El unicornio alegre”; la taberna del Bastión. Contaba con dos plantas de altura. La primera era un salón comedor lleno de mesas y sillas. Justo frente a la entrada, en la pared del fondo había una barra de madera color cobre donde se apalancaban unos cuantos clientes. Centella distinguió al menos a ocho personas repartidas por el establecimiento, pero dos llamaron su atención. Una era un  guerrero vestido con armadura. Estaba sentado en la barra y bebía de una gran jarra. De su espalda colgaban dos espadas cortas. Centella, reparó en el otro huésped misterioso. Un encapuchado se acomodaba cerca de la chimenea de la taberna, fumaba en pipa y su rostro era irreconocible. Portaba un gran manto marrón oscuro que le cubría totalmente. Aquella persona le inspiraba un profundo respeto y emanaba un aura mágica ¿Quién sería? Mientras pensaba, se acercó a la barra  y se situó justo al lado del joven que portaba las espadas. Aarón puso su mano sobre la hombrera plateada del guerrero. Éste, sin tan siquiera mirarlo, le dijo:

- Sabía que vendrías a buscarme, Centella. Pero siéntate y descansa tus doloridos pies. ¡¡Camarero!! Traiga un poco de aguamiel para mi amigo, seguramente este sediento.
- Gracias Joaquín de los Terrarus. Acepto de buen grado tu invitación, traigo la garganta seca.



Joaquín era un gran guerrero del Consejo de los 18. Era un chico listo y durante las lecciones de magia había demostrado ser tan bueno como el mejor, pero solía tener cierta tirria a los libros, en especial sí estos era gordos y tenían muchas letras. Lo suyo era el combate cuerpo a cuerpo. Sus espadas eran sus fieles compañeras, ambas tenían unas formas extrañas, con diferentes recurvas y  estaban terriblemente afiladas.

Algunos decían que las armas eran  una herencia familiar y que sus antepasados formaban parte de las antiguas tribus del sur. Joaquín, tenía una maraña de pelo cobrizo y su rostro, adornado con varias cicatrices, miraba con ojos profundos, fríos y llenos de astucia. Llevaba el pelo corto y a veces lo peinaba con una cresta similar a la que usaban los guerreros orcos. Su inteligencia era tan afilada como sus espadas.

El camarero sirvió una generosa jarra de aguamiel a Centella.

- Invito yo -aclaró Joaquín mientras daba un par de plerios al tabernero. Llevo toda la mañana por aquí, he escuchado rumores terribles y el mejor lugar para conseguir información siempre es una taberna. La bebida suelta las lenguas y los rumores cobran vida.

- ¿Has oído lo de la asamblea? – preguntó Aarón justo cuando termino de dar un gran trago y se limpiaba la boca con la manga de su camisa.

 - Así es -confirmó Joaquín- por eso no voy a hacerte perder más el tiempo. Ya sé que hay una gran asamblea  antes de la puesta de sol.



Aarón observó que Joaquín miraba fijamente al hombre misterioso que se acurrucaba junto a la chimenea.

-Tú también lo has sentido ¿verdad? – preguntó Centella-.

- Sí, aquel hombre desprende una magia fascinante –confirmó Joaquín-. Llevo un rato vigilándolo por si hace algo extraño. Después de lo que pasó con Jálibu no me fio de nadie. Si se atreve a hacer alguna maldad le tiraré los dientes al suelo.



Aarón sonrió ante la ocurrencia de Joaquín  al mismo tiempo que notó que su amigo estaba en alerta, lo notaba en la tensión de su cuerpo, en su postura.  Alzó la jarra y bebió otro sorbo más. Aún le quedaban varios miembros del Consejo por avisar, pero ahora se merecía un descanso.

7 comentarios:

  1. maestro esta mu boniquilla teiya

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  2. Maestro esta mu xula pepi

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  3. maestro que imaginacion que xulako diana

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  4. Aarón y Joaquín maestro tu historias encantan

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  5. Elísea y sumara me quedo con la entrega

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  6. muy buena maestro de verdad todas las historias tullas me encantan :)

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