jueves, 8 de febrero de 2018

CAP 16: "El Innombrable parte 1"



Hace muchos siglos -comenzó Victoria- cuando Dámbil aún era joven, nuestros antepasados vivían separados en pequeñas aldeas y dispersos por los reinos del norte. Los humanos no conocían aún los secretos de su don elemental y solo unos pocos sabios habían empezado a dominar sus poderes. Por aquel entonces, los elfos nos daban el nombre de bárbaros pues preferíamos usar la fuerza bruta en vez de la magia. 

En una de esas aldeas, llamada Rinohn, vivía un joven guerrero llamado Élestor. Era un joven fuerte y apuesto que se encargaba de vigilar las murallas y de librar a los suyos de cualquier peligro. Era alto, tenía largos cabellos castaños y sus ojos eran azules y sinceros. Como la mayoría de los humanos, Élestor aún no era consciente de su magia elemental y por eso se entrenaba, como cualquier guerrero, en el manejo de la espada, de ahí que su cuerpo fuera robusto y musculoso. 

En aquella época, había pocos peligros. De vez en cuando algún grupo rebelde de orcos intentaban saquear alguna aldea, o algún troll se volvía loco e intentaba asaltar los carros de suministros. Élestor siempre había sido un defensor firme y jamás había permitido que ningún ser malvado molestara la aldea de Rinohn. La gente lo respetaba pues era un hombre inteligente y bondadoso y en muchas ocasiones había conseguido solucionar los problemas utilizando la palabra en vez de su espada. Dice la historia que en una ocasión un destacamento de orcos intentó arrasar la aldea de Rinohn.  Élestor les hizo frente sin desenfundar su espada. Hablando  con los invasores descubrió que los orcos no eran malvados, simplemente habían tenido un año difícil, sin caza ni comida sus familias se morían de hambre. La necesidad los obligó  a tomar la decisión de atacar la aldea y dedicarse al saqueo. Élestor se apiadó de los orcos y se fue con ellos unas semanas. Durante ese tiempo, les enseñó a cazar y a cultivar la tierra, pues los orcos desconocían estas labores. Cuando volvió a su aldea todos lo consideraban un héroe y lo llamaron Idoreht que significa "La espada que habla". Los orcos también le estuvieron muy agradecidos y le regalaron una reliquia sagrada, capaz de cosas imposibles, el Zafiro de Estrella. Desde aquel día, el muchacho portó con orgullo el Zafiro como recuerdo de la amistad con los orcos ignorando el enorme poder de la reliquia.

Un día, Élestor sintió la llamada de la tierra, pues su elemento era ese, aunque él no lo sabía. Se perdía en los bosques para disfrutar de los animales, descubrió que podía  hablar con las rocas y se sentía libre cuando se recostaba sobre una mullida alfombra de hierba para contemplar la naturaleza. Disfrutaba como un niño. Lo que no sabía Idoreht es que  el bosque era propiedad de los elfos y estaba siendo vigilado muy de cerca. Los elfos no se relacionaban con los humanos pues los consideraban inferiores a ellos por no saber manejar la magia. Tenían prohibido tratar con los humanos y desconfiaban de ellos.

En una de sus frecuentes salidas, Idoreht se quedó dormido en una arboleda del bosque y fue sorprendido por una gran tormenta. Un trueno lo despertó y una tromba de agua se precipitó desde los cielos con insólita furia. El joven humano se dispuso a huir para refugiarse pero la mala suerte quiso que un rayo fulminara uno de los sauces que se encontraba a su lado. El rayo hizo explotar el tronco del desgraciado árbol y las astillas incandescentes se clavaron en el cuerpo del guerrero causándole graves heridas. Allí quedó tendido en el suelo, sangrando abundantemente por una herida en el cuello, cuando un ser maravilloso se acercó al humano. Era una elfa increíblemente bella, sus cabellos eran rubios y largos. Su rostro estaba iluminado por una magia indescifrable. El agonizante Élestor se sumergió en los preciosos ojos de color miel tratando de aferrarse a la vida. La elfa, llamada Rínuviel, tenía el encargo de vigilar esa zona del bosque y la casualidad quiso que el joven Idoreht cayera herido en ese lugar. La elfa se apiadó del humano y desobedeciendo las normas de su pueblo, se dispuso a ayudarlo. 

Sucedió entonces que, cuando se escapaban los últimos alientos de vida del  joven guerrero, Rínuviel recitó unas palabras misteriosas en un idioma desconocido. Posó las manos sobre las heridas de Élestor y, una a una, las heridas se fueron cerrando y dejando de sangrar. El joven guerrero se recuperó y agradeció a la elfa su ayuda con gran sinceridad. Pero al mismo tiempo, el joven Idoreth se enamoró de su salvadora pues era la más bella y hermosa entre todas las criaturas. Se juró a sí mismo que siempre estaría a su lado. 

Durante las siguientes lunas, Élestor aprovechaba cualquier momento para escabullirse e internarse en el bosque. Allí se encontraba con Rínuviel a escondidas y permanecían juntos durante horas en las que el tiempo parecía pararse. Rínuviel nunca había conocido a ningún humano pero pronto quedó prendada por la nobleza del joven guerrero. Así fue como ella también se enamoró perdidamente de Élestor. 

Pasaron mucho tiempo felices, los animales eran cómplices del amor sincero entre la elfa y el humano. Las flores parecían crecer con mayor belleza en los lugares por donde se paseaba el cariño de Élestor y Rínuviel. La elfa le enseñó a su amado el arte de la magia y poco a poco Idoreth descubrió su poder elemental. Compartían toda clase de secretos, reían y contaban cuentos y leyendas de sus culturas. Eran inmensamente dichosos estando juntos. Élestor mostró a Rínuviel el idioma de las rocas y el manejo de la espada mientras le hablaba de su aldea y de las bondades de los hombres. Por otro lado la elfa adiestró al humano en el tiro con  arco, pues era una gran arquera y gozaba de una puntería increíble. 


Un día, el joven Idoreth le dijo a su enamorada que quería pasar el resto de su vida junto a ella y, que si lo aceptaba, no se separarían jamás y formarían una familia. Diciendo esto le ofreció su posesión más preciada: el Zafiro de Estrella que le habían regalado sus amigos los orcos. Élestor le dijo que esa piedra era muy especial y que tenía un poder oculto y desconocido. Rínuviel se sintió flotar y solo de pensar que podría pasar el resto de su vida con su amado la hacía inmensamente dichosa, pero había algo que la atemorizaba ¿Cómo reaccionarían sus familiares los elfos?
La elfa aceptó entusiasmada el Zafiro de Estrella y se lo colgó en el cuello con una hermosa cadena de plerio. Aquel día se despidió de Élestor prometiéndole que nada los separaría jamás y que su familia tendría que aceptar el amor que sentía por el humano. Desgraciadamente aquella fue la última vez que los dos amados se verían. 

Llegado a este punto Finred, que seguía atentamente las palabras de Victoria, le interrumpió con impaciencia.
- ¿Que sucedió? ¿Por qué no volvieron a verse?

Victoria pidió un poco de calma y continuó con su relato.
Aquel día sucedieron dos cosas nefastas para el amor de la pareja. Una  de ellas nos la podemos imaginar, pues cuando Rínuviel llegó a su hogar y explicó a sus padres los sentimientos que tenía hacia el humano, estos se enfadaron y encerraron a la elfa para que no pudiera reunirse más con  Élestor. Los padres pensaban que el enamoramiento se le pasaría y que si estaba un tiempo encerrada olvidaría todo lo relacionado con el joven muchacho. Para los elfos, la unión con un humano significaba  el peor de los insultos a  su linaje y tenían que impedir por todos los medios que eso sucediera.
Por otro lado, en las lejanas tierras del Este hubo una gran guerra y de ella surgió un malvado ser con una sola idea, ser el señor de todo Dámbil. Ese ser era el Innombrable y desde aquel día, su destino quedó ligado al de Élestor y Rínuviel.

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